dimecres, de juny 08, 2005

Jara...

Jara se fue, y nos dejó su libro,
- hubo tanta bondad en su belleza-,
mientras ojeaba su retrato en la portada,
los cabellos soñolientamente blondos,
(así te recordaré el resto de mis días),
junto a la playa, donde los últimos bañistas
ofrendan al sol que cae como una pluma
ardiendo entre palabras que el mar eterniza.
Este silencio locuazmente grato,
con que convoco la paz al fin lograda,
- y digo paz, la ataraxia olímpica
de los dioses y héroes que no temen nada-,
soporta el dolor de mi cuerpo aún joven,
mas no el peso de aquel poema
escrito cuando tenía veinticuatro años.
Falta todo por escribir,
porque nada he escrito, salvo
las emociones que pasan con los días,
y que atrapo como un coleccionista de mariposas.
Ahora que el sol dora con su bronce
y el suicidio se pone como un limbo
en cuyo purgatorio ella, por siempre, habita;
regreso, como quien espera
en su enfermedad la dicha,
o la desdicha, ¿quién podrá saber
cuándo se marchitará la rosa?
A la sombra me detengo en el parque
o lo que queda del parque: un árbol,
y, como un megalómano paranoico
busco el recuerdo en su regreso,
mas ya nadie espera el juego,
y sólo la palabra , como un augurio,
trueca lo eterno en efímero.