dilluns, d’octubre 22, 2012

ABEL Y CAÍN

ABEL Y CAÍN Patria y religión,unidas, dan como fruto el fanatismo. La Nación es un espacio acotado por las guerras, donde habita Caín, el primer hombre sedentario que inaugura el Neolítico, con sus valores de propiedad, legislación y comercio. Abel, es el hombre nómada, que representa al judío, al errante, al exiliado. Si Caín es un colectivo, ya sea de sangre como los arios o de patriarcado como los estados, en cambio, Abel es un hombre individual, que basa su esencia en el amor libre, como un hippy, reinterpretado en Tótem y Tabú. La Biblia no se inventa nada al imputar al régimen de Caín , pero no por envidia, sino por ocupación de sus tierras por el ganado nómada del Buen Pastor, Abel. Caín pertenece a la Historia colectiva, que lo engulle; Abel, en cambio, representa la intrahistoria, la biografía personal de un hombre de carne y hueso, y no de un ejército uniformado al acecho contra la libertad y en defensa de la propiedad privada. Antes que nación o religión, lo que une a los hombres son los vínculos de sangre, y esta sangre es universal, proviene de la misma Eva y su parentesco hasta nuestros días. El problema del antisemitismo es , como he resumido antes, un enfrentamiento entre la propiedad y la libertad, entre el idealismo y el pragmatismo, algo que se ha invertido en el pasado siglo, piénsese por ejemplo en la la franja de Gaza o en los Altos del Golán. Este odio hacia una colectividad ya asimilada a la tierra y a la propiedad, no es más que el odio a un cabeza de turco, ya sea la Leyenda Negra en España, el estigma del Nazismo para el alemán, el temor a lo chino, el odio al musulmán, o el pueblo deicida. Tal cosa no sucede , a pesar de las barbaridades cometidas, en Roma y el Imperio Europeo y Anglosajón. Después de los vínculos consangineos, vienen la Nación y la Religión, que enajenan al ser humano individual, al humanista o cristiano primitivo, dentro de una colectividad, sea la que sea, que lo convertirá como una secta en un ser privado de biografía e intrahistoria, un ser que deberá ser revisado por si hubo alguna vez tan macabra verdad como es la Shoà. España no se fundamenta como nación por el mero hecho de ser católica, pues antes, había sido pagana, luego arriana, después musulmana... Lo que une a los iberos o españoles o latinoamericanos, es la raza y la lengua en un mismo destino, como reza la Academia. Pero ni la raza ni la lengua son suficientes para justificar un ideal político. Los vínculos de sangre, no cabe duda, consagran entre ellos una mayor hermandad, pero ésta sólo es el producto de un abstracto reconducido por los avatares de la Historia. El Estado frente al individuo, lo imposible para el hombre, la Utopía, y lo posible para Dios. Hay imperios que se unen para comerciar (Holanda, Gran Bretaña), otros para saquear (España, Roma), pero lo singular en España es la Evangelización y el mestizaje, algo inaudito para un gentleman inglés o un fanático alemán. Ese mestizaje, fruto de la cohesión de razas, pese al substrato ibero, es lo que hace de la Hispanidad algo original y novedoso. Ya no nos une la raza, sino la fe en un Dios que nos hermana: el Dios Católico y lamentablemente, desde la expulsión de los sefarditas y los moriscos, un dios inquisitorial, alejado del hombre, pero tan próximo...