SEFARAD
Y está aquí la luz, y era como lo que me imaginaba, y no lo sabía.
Solo hallaba visiones por ver visiones y filigranas alhámbricas
para embellecer, como las flores en grandes tinajas azules que
perfumaban el aire danzarín de los gladiolos domésticos y el
espectro cromático, rojos azules intensos y el toque suave como
el ala de una mariposa sagrada que marchita su niñez para
asombrar.
En la cartuja de Getsemaní contemplo extasiado visiones de
belleza que
es
verdad para mayor gloria del bardo y del vate presenciando la
danza y la alegría del Universo, no de la realidad que en él expira.
Y hay vida, y era como una ilusión, como una fantasía, pero yo no
escuchaba el silencio porque este era más elocuente y locuaz e
igual que la muerte, el espectáculo donde se abre paso la vida y
la caballería andante. Y esta es tu luz y la tuya y la nuestra que
refleja sobre tu rostro joven como el polen azul de tus ojos azules
avispados el nombre que no revelaré, nadie lo sabrá salvo el poema,
morirá, desgraciadamente, y tu nombre que fue es y será como el aria
ovacionada y encriptada de la Callas en el misterio de una ausencia de
nación donde reclinar el rostro de la Verónica que no entonará Puccini,
ni la Espert al recoger el nobel, quien declama ante la Princesa de España
un reverso de Federico García Lorca. ¿Por qué saltan lágrimas bellas?
¿Por qué nos estremeces como un escalofrío placentero que recorre
nuestra espalda? Tú bien sabes, vate, que Leonor llegará el día pasado
en que será coronada también por la gracia de Dios Reina de Gran Bretaña.
Ni tú, ni madre, ni yo, ya no estemos, ya no seamos, ser y no ser , y
no podamos deleitarnos y gozar del perfume cortante de la rosaleda,
y ensangrentarnos en un polvo de estrellas rumbo a Thiluma y a Rígel.
No.
Pasó la juventud, el viejo profesor se suicidó arrojándose al delirio
con un par de cordones sin mocasines. Me estremezco al escuchar
su voz que pronuncia mi nombre, ay!, acaso me amó? Solo los
querubines del cielo saben descifrar el secreto de la Trinidad: dos
amores y un solo espíritu. Y hay luz. Me atrevo a entonar la lengua
de los muertos, Yorick: una rama de donde surge los renuevos de una
antigua Primavera. El silencio. El cementerio. Nicho junto a nicho,
mamá y el hijo acompañan a solas al padre un otoño de invierno, mas
todo será verano, cuando la coloma pintada por el poverello griálico
sacuda una estampida de bisontes terribles por las lomas descendiendo...
Y tú estás en la bandeja predestinada al auxilio, y en la palmita primera
de tu primera Pascua. Y me masturbo ante la cruz céltica sobre tu losa,
el camposanto se llena mecano-grial- fiemos bien el lápiz Conte con el
intenso y penetrante olor de los jazmines a la vera de tus cenizas amadas,
mientras California se estremece en el vértigo de una misión fundada por
Serra, el escultor, pintor, santo y poeta. Allí, en la highway a vuestro libre
albedrío viajáis Keanu y tú. Y hay luz, poetas consumados como Carolina
Coronado que me recuerda: ay, que por desgracia he de esperar a vivir sin
haber copulado contigo, amante efímero, eterno amante. Pero ya.
Es Mediodía en el Reino de Dios, bajo un sol español y una acorde de
loros pelícanos y jilgueros por los naranjos verdes y oscuros del Condado
de Orange. Lejos queda Valencia como el Oscuro en la luz de Ribera,
cuando las Tinieblas emergen para expandirse y un joven de quince años
repite exponencialmente : QUIERO SER ETERNA y LUMINOSAMENTE
JOVEN. ¿podré, Señor? Me postro, me arrodillo, muerdo el polvo del camino,
me humillo: ¿podré, Señor? La transparencia, Amor, la transparencia...
Los versos se adelantan como un viejo ante el Tiempo, como un petrolero
en el Norte del Mar del Norte, titánico, mas se hunde...como la Paz, el
(Silencio), el sosiego, la lumbre del brasero, cuyas ascuas se materializan
en una algarabía efímera de niños eternos jugando en el rincón de los recreos,
los niños que se inclinan hacia La Meca, los niños que en la hora del Ángelus,
rezan con la vista puesta hacia el Sepulcro Santo. Oh, Luz, que vienes de un
futuro muy lejano para resucitar al que ha muerto: mi Amante. Y hubo Luz,
y ahora, con certeza, lo sé. Sed buenos niños en el Halloween, que no os
desploméis recios y hagáis temblar las campanas de Coldplay, porque el
caos se apodera del Reino del Sol y de las máscaras fotogénicas de Sunset
Boulevard, y nadie se da cuenta de lo poco que nos falta para sobrevivir...
Y Spielberg, Obama, Sting, homenajean al Jefe Sioux resplandeciente, que
conduce un track con destino a Batton Rouge, el gran río Mississippi le
acompaña entre whitmanianos molinos de viento, porque en verdad digo
como Bob Dylan que la respuesta flota en el huracán que ha de partir.
A su manera es más hermoso que el cherokee que se esconde en la espesura
de los bosques de Oregón, en la vastedad de Pradesh, en el origen, Madras.
¿A dónde te escondiste y me dejaste malherido? El dolor de los dioses, era.
La plenitud de la Iluminación fue. Como Sísifo hice rodar la piedra, como
el Emperador en una de las barajas del Tarot surgió la ranita de mi infancia.
De los dioses y de mi imposible suicidio. ¿A dónde te fuiste amor mío?
Eres la alegría del cementerio, Annabel Lee, eres una bandada de tórtolas
que vibran gravemente al amor que ebrio ya no retorna al país del twist,
como la canción aquella de Duncan Dhu...
Y el camposanto se colma de niños con globos de colores rojo azul verde...
Estáis, niños? Sois realmente reales? El cementerio rezuma jazmín y vida
y las flores respiran nuestros huesos encarnados. En una plaza de Madrid
cien palomas alzan el vuelo: no volverás gorjean. Ellas me ampararon. Tú,
mi caballero andante que me ofrendas ínsulas extrañas: has llorado a
lágrima viva, y como hombre te levantan un monumento como el de Carlos
Primero, más grande que la Gran Pirámide de Keops, más ínfimo que ese
trotamundos por la highway que busca en el MOMA una pintura de[David
Hockney.
En Escocia, María Estuardo, eleva un castillo en las Highlands. Allí tirita
Albert Casals el apóstol sobre ruedas con su ideología del Felicismo. El
amor de una mujer se llevó tu alma y el parné, y me dejaste, Amor, huérfano
y loco de amores. Yerma alma mía, de la que no brotan las flores en tinajas, inmarcesibles, que no habéis visto la puesta del Sol a la ártica Medianoche...
Y había luz, y había vida, y un átomo que es un Universo, día Primero. Y
jardines antaño junglas, donde los amantes a oscuras siguen obsequiándose
al escribir besos...
Ahora soy como el trotamundos que recorre con su silla de ruedas todos
los sepulcros y panteones de sus afectuosos y viriles y niños proyectos:
que todos digan (incomprensible) sus dignos y blasonados e hidalgos y
nobles nombres.
Ars longa, vita brevis.
La luz y el calor y el champán acompañan a Baudelaire en Montparnasse,
Oh, padre mío, santo al fin de los tiempos, incomprendido hasta las
darrerías del siglo XX que se nos va ya de las manos . El Aleph lo escribió
Funes, memoria en un oscuro tanatorio de Ginebra un estío pleno donde
tu sola imagen decrépita con rigo mortis me heló el corazón José Ángel.
¿Dónde estás, Cervantes?¿Dónde estás, patria mía? Como Dante, mi amado
Dante, mi adorable Dante en la flor de la vida, del infierno naciste bello
como prenda para mis ojos visionarios en los tuyos azules que elevan una
plegaria a la velocidad del sonido y de la tonante luz. Mío Cid, Mío Señor,
en el altar está el pan y el vino que por la efusión del espíritu rebosa santidad,
borracho de amor. En el East Coker descansan tus cuartetos, y la tierra es
baldía y yerma...
¿Habita alguien allá que yace en una tumba con vistas al Mediterráneo?
¿Habita la locura en la tumba de Hölderlin y en la mía? Redentor mío,
me ciegan ángeles con batas blancas , médicos del alma de un añorado
Purgatorio. Y tú, Keats: ¿qué haces en el Tíber si no estás en Roma?
De España huyes, de una España donde nunca se pone el Sol, gobernada
por Leonor, cuyo sol es azul, y tu limonero de la infancia amarillo, en tu destierro
en Colliure. En Nueva York descansa este poeta por nombre Capitán Ahab: me dejaste herido, blanco atlante y fiero, con locura y chillidos. El dolor de Dios.
Pero mi testamento está es una península con tesoro. No me des probar
el cáliz del emperador peruano César Vallejo, ni del romano Virgilio. Y besar
tu tumba en los labios que no besaste, Wilde, en tu naufragio en París...
Y había luz, pero estaba escondida. Y una puerta estrecha y oscura, como
un agujero negro invitándome a penetrar en Shambala para el banquete
terrenal y eterno...
Mediodía luminoso y perfecto en los dominios del Reino de Dios. Engalano
mi lápida con el ikebana, el satori, el haiku, el jardín y el tanka.
Y pernoctaré en el motel Ticasa antes de regresar por la autopista a Santa
Mónica y San Diego, de chicos rubicundos y bellos, y a tus floridas de latinos
francos y gentiles como Donald Trump. Estaciones y estancias para ti creadas,
y una ranita de color verde que me espera siempre en la Acequia Mayor. Tú
nadas entre agua cristalina y dejas un poso de tu arcilla en la mina de mi lápiz.
Mora en él aquí en este último verso, junto a mis dedos que desnudarte quieren,
Amor, Amor, Amor.