divendres, de gener 16, 2015

A Isabel, que me pidió un poema

Nacimiento

Sé algo que sólo una persona en este mundo sabe, y ese algo es Thiluma. Ella no me describió cómo era ese reino, porque todos los que hemos soñado con él, ya sabemos cómo es, y en qué coordenadas está en el firmamento, justo en el cinturón de Orión, a una legua de luz de la estrella más cercana a nuestro corazón.

Thiluma es el lugar a donde llevan las madres de noche a sus hijos mientras les cantan nanas para que se duerman. Pero ellos no duermen, si no que despiertan a la vida, una vez han reconocido que se preocupan por si sus madres volverán con la alborada, o cuando su mirada inocente hace derrocar a un ejército en llamas, cuando elige por dos veces, una como niño, como niño la seguridad, y como adulto, como adulto el sufrimiento.
Pero Thiluma es diferente.
Conocí a una escritora en el parque Ribalta que jugaba con unos niños a volar sobre el Estanque Sin Nombre, mientras escribía en un cuaderno palabras que sólo ella puede pronunciar. Thiluma.
En mis sueños, ando dentro de una acuarela, mientras acerco mis pasos al viejo parque, donde se oye algazara de niños que disfrutan de la tarde como robinsones. Ellos me pintan la cara y yo les abro mi corazón: una salita de estar con una puerta acristalada, donde yacen los últimos rayos de sol, y una biblioteca breve, una pizarra con dibujos que sólo se pueden imaginar, un libro sobre Sócrates y los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot.
Es la hora de mi nacimiento, y guardo un solemne silencio. La muerte besa a mi madre, que sólo volverá cuando crea nuevamente, recuerde nuevamente, viva nuevamente, allí. Thiluma.
Mi amiga sigue guardando el secreto de sus destellos, porque Thiluma, como Sirio, brilla. Es fácil que me aguarde castillos medievales, bibliotecas repletas de hojas de tantos colores como sueños esperan la bienvenida. En Thiluma todos son bien hallados, y ella sube la escalinata mientras un coro canta En Aranjuez. Oh Thiluma, estrella fugaz que incendias el cielo del colegio, para decirte que nunca jamás dejes de escribir siempre por fin.
Y la función acabó, después de que los niños salieran en desbandada, una noche de verano, con los aplausos del público: hombres, mujeres, jóvenes y viejos. A los niños no les interesa Thiluma, y es obvio que no aplaudan, y se pierdan por las trochas entre cañaverales mientras una ligera brisa estival nace del acorde de un piano, y me giro y hallo sentada en el sofá a mi madre que entona El cant dels ocells. Y al ver despuntar a Thiluma en una noche tan plena como la Noche de San Juan, como todas las noches estivales, sueño con ella, escribiendo sentada en un banco del parque Ribalta junto al estanque de los cisnes. Para llegar allí, es imposible que te pierdas.